Por Edgar David
Encarnación entró a la panadería. Estaba muy concurrida ya
que era de las pocas abiertas en la zona por ser un jueves santo. Las mesas
estaban abarrotadas de clientes, la mayoría de ellas y ellos más en plan de
tomar un caldo de res o un desayuno lo más grasoso posible para pasar el
guayabo de la fiesta de la noche anterior, aprovechando los días festivos, que
en disposición de religiosidad católica. Llevaba el mejor traje que tenía, que
era un vestido tan viejo como fino en su momento. Lo guardaba con aprecio para
ocasiones como estas.
Aunque ella se sorprendió por lo concurrido del lugar, se impresionó
más, con un tufo de actitud maniquea, por el aspecto de los rostros y los
elevados tonos y temas de conversación de las personas comensales que estaban
en la panadería. Incluso, al ver este panorama, que para ella podría ser la
perfecta continuación de la discoteca, el bar o la cantina donde la mayoría de
estas personas habían provocado la resaca que querían superar con el nutrido
desayuno, soltó un comentario de esos que se quieren que nadie oiga, porque se
justifican con eso que llaman “pensar en voz alta”, pero que se quiere que oiga
como si fuera cántico de
pregonero renacentista:
-Ummm. Como que aquí se olvidaron que hoy es jueves
santo. Al menos en este país lo sigue siendo…
Tras lanzar su sentencia moralista, caminó hasta el mostrador de la panadería, posando atónita por la
escena de las mesas llenas de comensales. Casi con un recato infundado, que la
llevaba a hacer miradas desconcertadas y de impresión, se dirige con un tono de
indignación a la mujer que atiende tras el mostrador. En una actitud que
parecía de condena en contra de la mujer encargada de la panadería, por considerarla
auspiciadora o cómplice de la ruptura a la moral cristiana por no guardar las
fiestas y los días santos, le intenta preguntar por lo que necesita.
Al ver la actitud de Encarnación, la mujer que atiende solo
le quedo por responderle con ese inusitado y casi retórico repertorio de frases
para atender a clientela en locales como esta panadería.
- Buenos dias. ¿En
que la puedo atender?
- Si pudiera hacer que toda esta gente dejara de
irrespetar a Nuestro señor, haría mucho- respondió de inmediato
- ¿Cómo dice? - interpeló la mujer tras el mostrador.
- Perdóneme, no me dejo de sorprender de como ahora, en este
país, no hay el más mínimo respeto por un día como hoy.
Mientras decía esta frase, lanzo una mirada a la mujer tras
el mostrador, continuando con el tribunal de facto que con sus miradas y
comentarios en menos de un par de minutos había instaurado en esta panadería.
La mujer, tras el mostrador, con un poco de nerviosismo, pero que lo superaba
más la rareza de la actitud de su clienta y potencial jueza moral, insistió en
la pregunta sobre que se le ofrece o como servirle.
-¿Cómo puedo ayudarla?
- ¿Tiene pan? – preguntó Encarnación como respuesta
ante la insistencia de la mujer en el mostrador.
- ¡Claro! Esta es la fábrica- respondió la mujer, soltando
una suave risa; ante lo cual Encarnación acentuó su tarea juzgadora, haciendo
nuevamente una mirada de indignación.
- Parece que el irrespeto viene de todo mundo acá. En
fin. Le pido que me de 20 panes del más fresco y más vistoso que tenga. Pero
debe ser el más fresco y sobre todo el más vistoso. Deben verse muy bellos.
- ¿Qué le parece este? – preguntó la mujer en el
mostrador, señalando uno de los panes en la vitrina.
- ¿Ese es el más fresco y vistoso? – respondió Encarnación,
aumentando su mirada de incomodidad.
- Si, mi seño. Este pan es de maíz, con queso en su
interior y salió esta mañana del horno.
- Señora Encarnación para usted -respondió molesta, mientras
señala despectivamente el pan que la mujer le había indicado. Y bueno ante
las pocas panaderías que hay abiertas hoy, ya que aún hay quienes guardan las
fiestas, no tengo más remedio que llevar estos panecillos.
Con una actitud más de gracia, provocada por la particular
conversación con su clienta, que, de sentirse ofendida, la mujer procedió a
sacar los panes y a iniciar a empacarlos, ante lo cual Encarnación pide que sea
muy cuidadosa y que use el mejor envoltorio.
-Tenga cuidado, no quiero que se dañen. Estos panes los
voy a poner sobre una bellísima bandeja de plata que me dejo mi madre y que
siempre sacábamos y que yo sigo utilizando para fechas como esta. Ya es mucho
con que no sea el mejor pan…
La mujer procedió a terminar de empacar los panes lo más
rápido posible, ya que, aunque en principio le había causado gracia la actitud
de Encarnación, prefirió no provocar que lo divertido de la escena se le
convirtiera en un malestar evidente. Incluso, no puso el pan o los dos panes de
más que ponía habitualmente cuando un cliente compraba más de 10 unidades.
- Son 50 pesos- le indico la mujer a Encarnación
mientras le entrega la bolsa con los panes.
- ¿Pero que son esos precios? ¿Si vienen los 20 panes?
- Si, señora- respondió la mujer ya con su paciencia
casi al límite. Son 20 panes a 2 con 50 pesos cada uno, eso da 50 pesos. Y
si, van los 20 que me pidió. Si quiere, cuéntelos. No van ni uno más ni uno
menos
Con la misma actitud que le ha investido durante toda su estadía
en la panadería, Encarnación saco un manojo de billetes y monedas, todos de
poca denominación, que evidenciaban la posible dificultad que habría tenido
para reunir los pesos que valían los panes que requería llevar. Sin embargo,
los entregó a la mujer, que nunca salió del mostrador, con una actitud de
reniego, generado por la mezcla de su inconformidad por los precios, por la
supuesta mala calidad y mal aspecto del pan, por el carnaval que según ella
estaba convertida la zona de las mesas de la panadería y la supuesta
complicidad o auspicio de la mujer encargada del local que le atendió.
Rápidamente se dirigió a la puerta para salir del local, siendo
abordada por un hombre habitante de calle. Por su aspecto, visiblemente el
hombre no probaba alimento hace más de un día. De inmediato, al ver la bolsa
que llevaba Encarnación, le dijo
- ¿Me puede regalar un pan?
- Como se le ocurre- le respondió Encarnación con
tono fuerte. No le daría ni uno, si es así descompleto la solemne cena de
Nuestro Señor.
Sin dar más explicaciones, y ante la mirada afligida del
hombre, Encarnación emprendió su camino, no sin antes fijarse, en un raído
reloj que ocultaba bajo sus otrora finas ropas, que ya iba tarde para el
compromiso que tenía. Emprendió una breve carrera hasta su casa y muy horonda
puso los 20 panes sobre la “bellísima” bandeja de plata que usaba y que le
había dejado su madre para los jueves santos. Con la misma rapidez que salió de
la panadería y ubico los panes salió hacia el lugar de su compromiso.
Llegando a penas al momento previo al inicio, Encarnación
entro a la Iglesia de San Onofre, donde la habían bautizado, se había
confirmado y se había casado con el hombre con el que no había logrado ser tan
feliz como las buenas costumbres del matrimonio profesan, por razones que ahora
quizá no vienen al caso. Al entrar, sintió la mirada hostigadora, similar a la
que ella hizo a quienes atestaban las mesas y a la mujer que atendía en la panadería,
de sus compañeros feligreses. Claro, aunque había llegado con el tiempo suficiente
para poner la bandeja con los panes sobre el altar de la Iglesia, para toda la feligresía
era un irrespeto no haber llegado los 30 minutos antes que por orden del
sacerdote habría que hacerlo.
- ¿Esos fueron los panes que conseguiste? - preguntó
inconforme una de los feligreses
- No están tan bonitos como pidió el sacerdote- añadió
otro feligrés
- Perdón, fue lo que conseguí hoy- respondió en su
defensa Encarnación. Pero son panes finísimos, de la mejor calidad y con el
mejor maíz. Tienen en su interior el mejor queso madurado. Y los hornearon esta
misma mañana, en horno artesanal…
- Pero no parece- refuto el cura. Por eso
hay que hacer estas cosas con tiempo, hija mía. Pero bueno, procedamos a
iniciar el acto de la última cena, así sea con ese pan…
La celebración religiosa se llevó a cabo sin ningún
aspaviento, más que por las insistentes miradas de la feligresía y el sacerdote
a Encarnación cuando se enunciaban y señalaban los panes sobre la bandeja de
plata. Al terminar la celebración y tras retirarse Encarnación y el resto de la
feligresía, la mujer que se encarga de la limpieza en la iglesia inicio la
limpieza del recinto. Cuando iba a retirar los panes, pregunto al sacerdote:
-Padre, ¿Qué hago con estos panes?
- ¡Tíralos a la basura, hija mía! - respondió
enérgicamente. Esos panes no son dignos de ser servidos en la mesa del
señor. Y entrégale cuando venga la bandeja esa a Encarnación. Dizque de plata…
Con inconformidad, pero con la obediencia, a veces
hipócrita, con la cual la feligresía y trabajadores de la iglesia le
correspondían a las órdenes del sacerdote, la mujer llevo los panes a la basura
y guardo la “bellísima” bandeja de plata de Encarnación.
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